lunes, 1 de septiembre de 2008

NO CREO EN BRUJAS PERO, QUE LAS HAY LAS HAY

Mi padre, Don Ramón Ayosa había nacido en un valle de la provincia de Catamarca. Se crio en el bucólico paisaje tan parecido a Punilla.
Estaba orgulloso de su terruño. Allí vio la luz un gran sacerdote de las Américas, el Padre Esquiú, quien merece ser santo. Su pensamiento preclaro está explicitado en el discurso que lo hizo ser renombrado como Orador de la constitución. Según la última voluntad su cuerpo reposa en la magnífica catedral de Córdoba pero su corazón intacto y sin embalsamar, en una iglesia de San Fernando del Valle de Catamarca. Lugar de milagros si los hay.
Muchas eran las encantadoras historias que mi padre nos contaba cuando yo era chica, pero esa vez......
-“Y si, existen”.
Nunca imaginé escuchar esa afirmación, rotunda, taxativa. No se si pude evitar que en mi cara se notara el julepe.
No es para menos. ¡Que existen las brujas!
Que lo afirmara cualquiera no me importaría. Pero nunca escuche de su boca una torpeza, menos una mentira. A lo más una fina ironía. Manifestación del inteligente humor de mi padre. Siempre me hacía dibujar una sonrisa. Y siempre trate de imitarlo. ¡Caramba! Es difícil ser irónico. Pero, volvamos al tema.
-“¿Qué existen las brujas?” Dijo mi madre.
No era una pregunta. Ella pretendía que el papi rectificara la expresión que había usado. Para eso le espectaba esa especie de ¡Que pavada se te ha escapado! Mirada fulminante de por medio.
-“Me acuerdo bien, Don Rafael, había ido a controlar a los peones. Nunca se descuidaba de su trabajo de capataz, creo que era su carácter. Vigilaba si cumplían bien su tarea. Así recorrió todo el camino que debían hacer para abrir las compuertas.
El agua podía regar los sembrados. Ellos tenían el horario de la mañana para aprovechar. A la tarde cerraban y el canal quedaba clausurado hasta el día siguiente.
En la mano llevaba el hombre una pala grande con mango de rama, medio torcido. Esa pala era para todo servicio. Creo que bien podía ser un arma.”
Mil palabras se me agolparon en la garganta. ¿Que tenía que ver ese hombre tosco y trabajador que conocía y admiraba mi padre con lo que afirmó?

-“Un ruido raro lo alarmó. Se puso en guardia. Víbora no sería. Pero preparó la pala, que para eso estaba. Un pájaro grande, rarísimo, le habló desde el piso.”
-“¿Le habló?
Además que el hielo del miedo me recorrió la espina vertebral no me pude contener la pregunta.
-“Le dijo: no me mate. Tengo hijos. Si no me mata le serviré. Se hizo de día y no pude volver a la cueva.”
“Don Rafael estaba pálido cuando llegó a la casa. Nunca regresaba temprano. Quiero tomar mate, le dijo a la sirvienta sebadora. Me parece que ese día no volvió a recorrer el campo controlando los trabajos.”
-“Uau, papá, ¿Vos le creíste a ese señor?”
-“Mija, Don Rafael era un hombre de Piedras Blancas.”

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