viernes, 8 de agosto de 2008

QUE TIEMPOS TAN LINDOS

Cuando mis niños eran chicos siempre era una fiesta venir a Valle Hermoso. A la casa de los abuelos. A “El ranchito”.
Allí aprovechaban para hacer todo lo que les gustaba. Mañanas, tardes y noches en sucesión de juegos, comilonas, correteadas con primitos, y excesos de mimos.
Un anochecer de regreso de las andanzas por las sierras atravesando algún senderito y juntando flores silvestres multicolores, que se lucían en un florero de cristal antiguo de la Cacha, llegó la hora tan temida. ¡Había de bañarse!
En los inviernos friísimos de las sierras la casita, que era un nido, estaba especialmente cálida en la cocina.
Una cocina de leña, grande y renegrida, emitía un calor parejo y seco. La abuela sugiere que estaba más caliente en la cocina que en el baño. “Báñalos acá, yo traigo una palangana”.
Muy de mala gana aceptaron bañarse.
Ninguno quería ser el primero. Un juego determina la prioridad, ta, te, ti, suerte para mi..... Le toca a mi Negrito. Mejor dicho al Negrito de la Cacha.
El muy disgustado, hecho un trompita. Renegando se quita la ropa y me espeta, casi al borde de la lágrima: “¡Me vas a bañar en esa olla de la Cacha!”.
La hermosa y reluciente palangana que había preparado ella era de una blanquísima loza blanca.
Con mi madre nos sentamos a reírnos. “Pobrecito, nunca vio una palangana enlozada, cree que es una olla”.
La Cacha era la abogada natural de mis niños. Desplegaba toda su sabiduría y ellos siempre tenían razón.
Por eso antes ese Negrito era de ella, así lo bautizó. Yo simplemente lo he heredado.

No hay comentarios: