viernes, 22 de agosto de 2008

RECUERDOS DE MI ABUELA, DOÑA MANUELA CASTRO DE DIAZ

Muchos bebes nacidos hace sesenta años, o más, sintieron como sus manos los recibían de este lado de la vida, luego de haber abandonado el refugio seguro del vientre materno.
Trance feíto, poco seguro. Y si el niñito venía de nalgas?
De ceño fruncido Doña Manuela volvía a su casa de las canteras.
Mandaba buscar al abuelo y pedía “unos peones”, dos por lo menos. Con voluntad y sombrero en mano la acompañaban. Había que mantear a la parturienta.
¡Mantearla!. ¡Pobre!
Hasta que el niño se acomode en el vientre de su madre.
Más de un brioso joven participando de esa primitiva ceremonia, entre la vida y la muerte, habrá metido en su conciencia no andar sembrando hijos sin tomar recaudos.
Ese nuevo ser le ponía un gesto tan tierno a Doña Manuela.
Lo higienizaba como si fuera de ella. Casi era un bautizo el agüita hervida en esas toscas pavas. Ella los encomendaba a Nuestro Dios, como llamaba a su única deidad en nombre del cual hacía todas las cosas de su activa vida.
Y si esa pobre madre no tenía leche? ¡ Nuestro Dios proveerá!
Seguro que la vecina del camino a Vaquerías podrá compartir sus senos repletos . Su niñito nacido ayer, también con Su bendición, tendrá un hermanito de leche.
Al más chico de sus muchachos, mi tío, amigo de sacarle un camión al padre
para pasear muchachas o visitar señoras le dará el encargo.
-“Que en el horario que la amamantadora diga le lleves al bebito”.
Tomará esa leche hasta que su madre recupere el vigor suficiente.
¿Y si no brota el maná divino? Tendrá que tomar la leche de una cabrita joven que para eso la cuida especialmente Doña Manuela.
Niños que serán una bendición para sus familias. Algunas criollas con arraigo serrano, prosapia larga y muy conocida. Otras extranjeras. Todas muy prolíficas.
Los hijitos que Dios mandara. A ese pensamiento adhería Doña Manuela, dándole la mano a un morocho padre que no hablaba bien la castilla y hacía sonar las b en lugar de p.
- “Las campanas de la iglesia, escúchenlas bien, dicen dan... den...” Ese era el mandato de su religión.

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